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Enorme impacto de la homilía del funeral del juez Scalia oficiado por su hijo sacerdote que aprovecha para predicar el evangelio a todo EE.UU: no consintamos que nuestra admiración le prive de nuestras oraciones
C. L. ReL 24 febrero 2016 http://www.religionenlibertad.com/enorme-impacto-de-la-homilia-del-hijo-sacerdote-del-juez-scalia-47966.htm
El juez Scalia
En la noche del 12 al 13 de febrero de 2016, mientras
dormía, falleció inesperadamente Antonin Scalia (1936-2016),
juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, cargo para el
que fue nombrado por Ronald Reagan.
Scalia, casado en 1960 y padre de nueve hijos, era uno de los
más prestigiosos juristas del país y católico practicante y,
sobre todo, coherente con su fe en sus decisiones
como miembro del Tribunal.
Con su muerte la composición del tribunal se desequilibra en
favor del ala progresista, pues él formaba parte de los
magistrados partidarios de interpretar la Constitución
literalmente y conforme a su espíritu fundacional, y no de
forzarla y reinterpretarla conforme a presiones ideológicas,
como sucedió en las sentencias a favor del aborto y del
matrimonio homosexual. Scalia suscribió un voto
particular contra esta última, donde la calificaba como "golpe
de Estado judicial".
En torno al nombramiento de su sustituto se ha abierto una
enconada polémica política, pues el Partido Republicano
considera que debe ser el próximo presidente quien proponga un
candidato, y no Barack Obama, quien ya ha mostrado su intención
de hacerlo, a pesar de que probablemente sea vetado.
La histórica homilía de
don Paul Scalia el 20
de febrero de 2016
El pasado sábado 20 de febrero de 2016, en la basílica del
templo nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C.,
tuvo lugar el funeral por su alma, cuya homilía pronunció su
hijo Paul Scalia, sacerdote de la diócesis de
Arlington (Virginia) y celebrante principal.
El impacto de su intervención ha sido extraordinario. Varias
cadenas de televisión retransmitían en directo la misa,
y desde luego todas informaron de ella y recogieron lo esencial
de sus palabras. El padre Scalia, en vez de centrar su sermón en
su padre, lo hizo en la proclamación de las verdades
esenciales de la fe, aprovechando la repercusión
nacional del acto para un impresionante momento
evangelizador. Modelo de pieza oratoria fúnebre, la
homilía se ha convertido en noticia por sí misma, siendo
reproducida en su integridad, por escrito y en vídeo, por
numerosos medios de comunicación.
"En el funeral de su padre, el padre Scalia
proclamó el Evangelio ante toda la nación",
titula el National Catholic Register en un artículo donde Joan Desmond
destaca que "el contenido teológico en las homilías
funerarias es más importante hoy, cuando cada vez tienen lugar
menos matrimonios por la Iglesia, porque un funeral
católico ofrece una importante oportunidad catequética
para reflexionar sobre nuestra misión en la tierra y sobre el
deseo de Dios de que libremente elijamos unirnos a Él en el
paraíso".
"Es difícil imaginar un instrumento de
evangelización más poderoso que las palabras fieles y
sentidas de un hijo amante, parte de una gran familia católica,
hablando de sus padres en el cielo y en la tierra", comenta Kate
O´Hare en Catholic Vote tras destacar que toda la ceremonia -"para muchos,
la primera misa que veían"- fue "hermosa, solemne,
reverente". La información se titula "La vida surge de
la muerte: cómo el funeral de Scalia se convirtió en un
triunfo de la evangelización".
"El padre Scalia sabía que iba a hablar ante miles de
personas en el templo y antes cientos de miles, incluso millones,
por la televisión", destaca Michael Pakaluk
en Crisis Magazine bajo el titular "La belleza de la homilía
funeraria del padre Scalia". La alaba por su estructura en
tres partes bien definidas, "invitando a los presentes a
reflexionar sobre el pasado con la acción de gracias; a
mirar el presente, con el dolor; y a mirar al futuro, con la
esperanza". Y destaca varias virtudes de las palabras del
hijo ante el recuerdo de su padre: evitó el sentimentalismo
"aferrándose a las verdades", no cayó en "el
error tan común de canonizar al muerto" (de hecho, recordó
que su padre era un pecador y se estaba allí para implorar sobre
él la misericordia de Dios) y "estableció una
vinculación, tan hermosa como absolutamente apropiada, entre su
homilía y el sacrificio de la misa que iba a tener
lugar inmediatamente".
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Texto íntegro de la homilía del
padre Paul Scalia
Traducción de Helena Faccia Serrano y Carmelo
López-Arias para ReL
Eminencia cardenal Wuerl, Excelencias arzobispo
Viganò, obispo Loverde, obispo Higgins, mis hermanos sacerdotes,
diáconos, distinguidos invitados, queridos amigos y fieles
reunidos aquí:
En nombre de mi madre y de toda la familia Scalia quiero
agradecerles su presencia aquí, sus palabras de consuelo y, más
aún, sus oraciones y misas por la muerte de nuestro padre,
Antonin Scalia.
En especial quiero darle las gracias al cardenal Wuerl por haber
venido tan rápida y amablemente para consolar a nuestra madre.
Ha sido un consuelo para ella y, por consiguiente, también para
nosotros. Agradezco también que nos hayan dejado celebrar la
misa de funeral en esta basílica dedicada a Nuestra Señora.
¡Qué gran privilegio y consuelo permitir que nuestro padre
atraviese estas puertas santas para que así gane la
indulgencia prometida a todos los que las atraviesan con
fe!
Agradezco la presencia de monseñor Loverde, obispo de nuestra
diócesis de Arlington, a quien nuestro padre apreciaba y
respetaba. Gracias, monseñor, por su rápida visita a nuestra
madre, por sus palabras de consuelo y por sus oraciones.
Inmediatamente después de la misa la familia celebrará el
entierro de manera privada, por lo que deseo expresar ahora
nuestro profundo agradecimiento a todos ustedes. En el programa
habrán observado que el 1 de marzo se celebrará un memorial;
esperamos verles a ustedes en esa ocasión. Deseo que el Señor
les devuelva la bondad que han demostrado hacia nosotros.
Estamos aquí reunidos por un hombre. Un hombre
que muchos de nosotros conocíamos personalmente; otros sólo le
conocían por su reputación. Un hombre amado por muchos,
despreciado por otros. Un hombre conocido por las grandes
controversias y por su gran compasión. Este hombre,
naturalmente, es Jesús de Nazaret.
Este es el Hombre que nosotros proclamamos. Jesucristo, hijo del
Padre, nacido de la Virgen María, crucificado, sepultado,
resucitado, sentado a la derecha del Padre. Es por Él, por su
vida, su muerte y su resurrección por lo que no lloramos como
los que no tienen esperanza y por lo que, confiados, encomendamos
a Antonin Scalia a la misericordia de Dios.
La Escritura dice que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y
siempre y esto nos indica un buen camino para nuestros
pensamientos y oraciones aquí, hoy.
Efectivamente, miramos en tres direcciones: al pasado, con
gratitud; al presente, pidiendo; y a la eternidad, con esperanza.
Miramos a Jesucristo ayer, es decir, al pasado, con gratitud por
las bendiciones que Dios le concedió a nuestro padre. La semana
pasada muchos han relatado lo que nuestro padre hizo por ellos.
Pero aquí, hoy, nosotros contamos lo que Dios hizo por nuestro
padre, cómo le bendijo.
Damos gracias ante todo por la muerte purificadora y la
resurrección vivificadora de Jesucristo. Nuestro Señor murió y
resucitó no sólo por todos nosotros, sino también por cada uno
de nosotros. Y nosotros ahora miramos al pasado de su muerte y de
su resurrección y damos gracias porque Él murió y
resucitó por nuestro padre.
Además, le damos gracias porque le dio una nueva vida en el
bautismo, le alimentó con la Eucaristia y le sanó con la
confesión.
Le damos gracias porque Jesús le concedió 55 años de
matrimonio con la mujer que amaba, una mujer que le seguía en
cada paso y le consideraba responsable.
Dios bendijo a nuestro padre con una profunda fe
católica: la convicción de que la presencia y el poder
de Cristo continúan en el mundo hoy a través de Su cuerpo, la
Iglesia. Amaba la claridad y la coherencia de la enseñanza de la
Iglesia. Atesoraba en su corazón los ritos de la Iglesia,
especialmente la belleza de su culto antiguo. Confiaba en
el poder de sus sacramentos como medio de salvación,
como Cristo actuaba dentro de él para su salvación.
¡A pesar de que una vez, un sábado por la tarde, me regañó
por haber estado en el confesionario esa tarde, ese mismo día! Y
si hay algún abogado presente, espero que le sirva de consuelo
saber que el alzacuellos no era un escudo contra sus críticas.
La cuestión esa tarde no era el hecho de que yo hubiera estado
confesando, sino de que se dio cuenta de repente de que estaba
haciendo fila delante de mi confesionario. Rápidamente se fue.
Como me dijo más tarde: "¡Para nada me confieso yo contigo!"
El sentimiento era mutuo. (Risas)
Como es bien conocido, Dios bendijo a papá con un gran amor a su
patria. Él sabía bien hasta qué punto fue difícil la
fundación de nuestra nación. Y vio en esa fundación, como en
los fundadores mismos, una bendición, una bendición que
se pierde cuando la fe es apartada de la plaza pública, o cuando
rechazamos llevarla a ella. Él entendió que no hay
conflicto entre amar a Dios y amar a la patria, entre la fe y el
servicio público. Papá entendió que cuanto más
profundizase en su fe católica, mejor ciudadano y servidor
público sería. Dios le bendijo con el deseo de ser un
buen servidor de la patria porque, antes, lo era de Dios.
Los Scalia, sin embargo, damos gracias por una bendición
particular concedida por Dios. Dios bendijo a papá con el amor a
su familia. Nos ha emocionado leer y escuchar tantas palabras de
alabanza y admiración hacia él, hacia su inteligencia, sus
escritos, sus palabras, su influencia...
Pero lo más importante para nosotros -y para él- es que él era
papá. Era el padre que Dios nos dio para la gran
aventura de la vida familiar. Sin duda a veces olvidaba
nuestros nombres o los confundía... ¡pero es que éramos nueve!
(Risas.)
Él nos quería y procuraba mostrar ese amor. Y quería compartir
la bendición de la fe, que veía como un tesoro. Y él nos
dio unos a otros, para que nos apoyásemos mutuamente. Es el
mayor bien que los padres pueden dar, y precisamente ahora les
estamos especialmente agradecidos por él.
Así que miramos al pasado, al Jesucristo de ayer. Recordamos
todas estas bendiciones, y honramos y glorificamos al Señor por
ellas, porque son Su obra. Miramos a Jesús hoy, en petición,
para el momento presente, aquí y ahora, como lloramos a alguien
a quien queremos y admiramos, cuya ausencia nos duele. Hoy rezamos
por él. Rezamos por el descanso de su alma. Agradecemos
a Dios por su generosidad con papá porque es justo y necesario.
Pero también sabemos que, aunque papá creía, lo hacía
imperfectamente, como el resto de nosotros. Él buscaba
amar a Dios y al prójimo, pero como el resto de nosotros
lo hacía imperfectamente.
Era un católico practicante: "practicante" en el
sentido de que no era perfecto. O, mejor aún, de que Cristo
aún no le había hecho perfecto. Y sólo aquellos a
quienes Cristo perfecciona pueden entrar en el cielo. Estamos
pues aquí para elevar nuestras oraciones por ese
perfeccionamiento, por esa obra final de la gracia de Dios, y para
liberar a papá de toda carga de pecado.
Pero no soy yo quien lo dice. Papá mismo, y no es sorprendente,
tenía algo que decir al respecto. Escribiendo hace años a un
ministro presbiteriano cuyo servicio funerario admiraba, resumió
muy bien los inconvenientes de los funerales y por qué no le
gustaban los panegíricos: "Incluso si el muerto era una
persona admirable, es más, precisamente si el muerto era una
persona admirable, elogiar sus virtudes puede hacernos olividar
que estamos pidiendo y dando gracias por la inexplicable
misericordia de Dios hacia un pecador".
Él no habría hecho ahora una excepción consigo mismo. Así que
estamos aquí, como él quería, para pedir la
misericordia inexplicable de Dios hacia un pecador. Hacia este
pecador, Antonin Scalia. No le mostremos un
falso amor y no consintamos que nuestra
admiración le prive de nuestras oraciones. Sigamos
mostrándole cariño y haciéndole un bien rezando por
él: que toda sombra de pecado sea
lavada, que todas las heridas queden sanadas, que él sea
purificado de todo lo que no sea Cristo. Y que así
descanse en paz.
Finalmente miremos a Jesús para siempre, en la eternidad. O
mejor, consideremos nuestro propio lugar en la eternidad y si
será con el Señor. Aunque estemos rezando para que papá entre
pronto en la gloria eterna, debemos preocuparnos de nosotros
mismos. Cada funeral nos recuerda qué delgado es el velo entre
este mundo y el venidero, entre el tiempo y la eternidad, entre
la oportunidad de la conversión y el momento del juicio.
Así que no podemos irnos de aquí sin cambiar.
No tiene sentido celebrar la generosidad y la misericordia de
Dios hacia papá si no estamos atentos y sensibles a esas
realidades en nuestra propia vida. Todos debemos permitir que
este encuentro con la eternidad nos cambie, nos aleje del pecado
y nos lleve a Dios.
El dominico inglés Bede Jarrett lo dijo con gran belleza en su
oración: "¡Oh, poderoso hijo de Dios, mientras preparas un
lugar para nosotros, prepáranos también para ese lugar feliz, y
que estemos contigo y con aquellos a quienes amamos por toda la
eternidad!".
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.
Queridos amigos, eso es también la estructura de la misa,
la mayor oración que podemos ofrecer por papá, porque no es
nuestra oración, sino la oración del Señor. La misa
mira a Jesús ayer. Llega hasta el pasado -hasta la Última Cena,
la crucifixión y la resurrección- y hace presentes esos
misterios y su poder sobre este altar. Jesús mismo se
hace presente aquí hoy bajo las especies de pan y vino
para que podamos unir todas nuestras oraciones de acción de
gracias, de tristeza y de petición a la de Cristo mismo como
ofrenda al Padre. Y todo esto con una visión de eternidad,
estirándose hacia el Cielo, donde esperamos un día disfrutar de
esa perfecta unión con Dios mismo y ver de nuevo a papá y, con
él, regocijarnos en la comunión de los santos.
Traducción de Helena Faccia Serrano y Carmelo López-Arias
para ReL.